La Historia Contemporánea a Grandes Rasgos
Guillermo Leal Ceballos
En el artículo anterior hemos tratado de definir y asociar dos conceptos de identidad con las etapas de evolución de la humanidad, así como, con las necesidades fundamentales del hombre cómo son: Defender su vida y su habitad. Éllas fueron, la identidad cómo especie y la identidad social, la primera nos permitió definir la característica común que nos llevó a agruparnos como individuos: pertenecemos a una misma especie, lazo de unión que ayudo a fortalecernos, y así, poder defendernos de otras especie; la segunda corresponde a una etapa más consciente más “humana”; ya que, con esta última identidad se definen nuevos elementos de unión que, permiten lograr una cohesión entre individuos de la especie humana ,con el fin de combatir y defender su vida y su habitad, de individuos o grupos externos. En esta etapa podemos conjeturar que se formaron los primeros grupos humanos y buscaron nuevos elementos para unir al colectivo, lo que produjo el nacimiento de las primeras religiones; asimismo, en este tiempo, otro elemento fue creado: la nacionalidad, la cual, produce lazos de unión entre individuos nacidos en determinado lugar del planeta, que conllevo a una defensa cohesionada y colectiva del mismo.
Ahora bien, las circunstancias del momento que dieron pie a la aparición de los anteriores elementos de unión entre los seres humanos, con la finalidad de defender un interés común: la vida y el territorio, no son iguales a la que se nos presentan en nuestro tiempo de vida .Al comienzo de la historia los grupos humanos necesitaban grandes extensiones de terreno para conseguir los alimentos para su sobrevivencia y crecimiento, ya que, los alimentos sólo eran producidos en forma natural y limitados a la cantidad de terreno cultivable disponible .Asimismo, era necesario que la sociedad creara un grupo de individuos capaces defender los territorios que pertenecían al grupo de nacionales y que eran administrados o explotados por cierto sector de la sociedad; este grupo de individuos, definidos como guardianes en la obra La República de Platón, debían tener ciertos atributos y destrezas que se pensaban no se conseguirían en un zapatero, en un artesano en fin, en otro ciudadano que de dedicara a otra labor, que no fuera la defensa de la Ciudad-Estado, además se pensaba que debería cumplir ciertas normas y se esperaba no fueran a dirigir sus fuerzas contra los ciudadanos de la Ciudad- Estado que defendían.
A continuación les presento algunas consideraciones hechas en la introducción de la obra “La República” de Platón , por el escritor Manuel Fernandez – Galeano
No se cansaba de advertir la necesidad de un especial conocimiento
para el desempeño de las funciones públicas, empezando por el
ejercicio militar; le parecía locura que se designasen los magistrados
por sorteo, siendo así que nadie querría seguir tal procedimiento para la
elección de un piloto, un carpintero, un flautista a otro operario
semejante cuyas faltas son menos perjudiciales que las de aquellos que
gobiernan el Estado (Jenof. Mem.I 2, 9); es absurdo igualmente -decía
que se sancione a un hombre que trabaja estatuas sin haber aprendido
estatuaria y no se castigue al que pretende dirigir los ejércitos sin
haberse preocupado de conocer la estrategia, cuando es la suerte de la
ciudad entera la que se le entrega en los azares de la guerra (III 1, 2).
no es, elevado a la categoría de conoci miento racional, otra cosa que la
filosofía. Ella constituye, pues, la verdadera ciencia del político: la
justicia y la felicidad de la ciudad son secuelas del conocimiento
filosófico del gobernante, advertido y acatado por los gobernados; pero
tal conoci miento no puede ser alcanzado por la multitud y, por tanto,
ésta no debe asumir funciones rectoras. Cuando Critón advierte a
Sócrates de la necesidad de tener en cuenta la opinión de la multitud
(Crito 44d), por ser ésta capaz de producir los mayores males, como se
ha visto en el propio caso de la condena del filósofo, Sócrates responde:
«Ojalá fuera capaz la multitud de producir los mayores males para que
fuese igualmente capaz de producir los mayores bienes, y ello sería
ventura; pero la verdad es que no es capaz de una cosa ni de otra,
En todo esto, sin embargo, no aparece sino un aspecto vulgar y
previo del requerimiento socrático; porque el arte militar y el político
entran dentro de aquella «ciencia humana y ciudadana», de aquel
estudio del hombre que no es completo si no considera a éste en
sociedad. Ese conocimiento del hombre -porque hombres han de manejar
así el general como el político- vale más que la simple práctica de la
guerra o la buena información en otros campos de la administración
pública. Ello explica la paradoja de que Sócrates (Jenof. Mem. III 4, 1 y
sigs.) justifique la elección de un estratego sin otros méritos que los de
llevar bien su casa y saber organizar los coros del teatro: este tal ha
demostrado que sabe operar con hombres y ello representa
positivamente más que los empleos de locago y taxiarco y las cicatrices
que ostentaba su contrincante.
Este arte de tratar a los hombres, es decir, de conducirlos a su bien,
no es, elevado a la categoría de conoci miento racional, otra cosa que la
filosofía. Ella constituye, pues, la verdadera ciencia del político: la
justicia y la felicidad de la ciudad son secuelas del conocimiento
filosófico del gobernante, advertido y acatado por los gobernados; pero
tal conoci miento no puede ser alcanzado por la multitud y, por tanto,
ésta no debe asumir funciones rectoras. Cuando Critón advierte a
Sócrates de la necesidad de tener en cuenta la opinión de la multitud
(Crito 44d), por ser ésta capaz de producir los mayores males, como se
ha visto en el propio caso de la condena del filósofo, Sócrates responde:
«Ojalá fuera capaz la multitud de producir los mayores males para que
fuese igualmente capaz de producir los mayores bienes, y ello sería
ventura; pero la verdad es que no es capaz de una cosa ni de otra,
porque no está a sus alcances el hacer a nadie sensato ni insensato y no
hace sino lo que le ocurre por azar». La capacidad de hacer más
sensatos, esto es, mejores a sus conciudadanos es lo que el Sócrates
platónico exige del político, y por no haberla tenido aparece condenado
el mismo Pericles (cf. págs.12-13); el pueblo, como se ha dicho, es
radicalmente incapaz de ello (494a). Y con esto queda pronunciada la
condena definitiva de la democracia. Pero la descripción que Platón
hace de ella no quedaría completa a nuestros ojos si al lado de sus
razonamientos abstractos no pusiéramos la animada pintura de la vida
ateniense que nos hace al hablar del Estado y del hombre democráticos
en uno de los trozos de más valor literario de toda la obra (557a y
sigs.). Allí vemos el régimen en su hábito externo, con aquel
henchimiento de libertad, anárquica indisciplina a insolencia agresiva
que, como si estuviese en el ambiente, se transmite a los esclavos y a
las bestias, de modo que hasta los caballos y los asnos van por los
caminos sueltos y arrogantes, atropellando a quienquiera les estorba el
paso; libertad tan suspicaz que se irrita y se rebela contra cualquier
intento de coacción y que para guardar perpetua y plena conciencia de
sí misma termina por no hacer caso de norma alguna (563c-d). Ni
Tucídides ni Aristófanes nos han dejado cosa mejor sobre las fiaquezas
políticas de Atenas.
Pensamientos:
“Los pueblos no pueden dejar de haber aprendido, ni dejar de sentir que son fuertes, poco falta para que se vulgarice, entre ellos, el principio motor de todas las acciones que es el siguiente: La fuerza material está en la masa y la moral en el movimiento”
Simón Rodríguez
Lecturas Recomendadas:
http://www.filosofos.org/biblioteca/Platon_La_republica.pdf
Enlaces Importantes:
http://todohoy.blogspot.com/2008/02/enlaces-importantes.html
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